Las mujeres tardan en acudir a su llamada. En primer lugar, llega su vecina Cleonice. Poco a poco van llegando también mujeres de Corinto, Beocia y Esparta. Luego, Lisístrata expone a las amigas que han acudido a la cita su plan, declararse en huelga de sexo mientras los hombres persistan en mantener la guerra. En principio se niegan. Lisístrata insiste. Tras algunas vacilaciones, aceptan su plan, y deciden hacer un juramento. Una vez realizado el juramento, toman la Acrópolis de Atenas.
Un coro de viejos con unos troncos viejos y brasas ascienden a la Acrópolis con intención de hacer salir a las mujeres que la han ocupado. Les sigue otro coro de mujeres con unos cántaros llenos de agua para apagar los fuegos que puedan encender los viejos.
Enfrentamiento dialéctico entre el coro de viejos y el de las mujeres. Éste termina cuando las mujeres vacían sus cantaros llenos de agua sobre los viejos.
Llega un comisario seguido de unos arqueros escitas dispuesto a acabar con la desvergüenza de las mujeres. Reconoce que alguna culpa sí tienen los hombres. El comisario y su escolta intentan forzar las puertas de la Acrópolis, pero Lisístrata sale voluntariamente. La siguen sus amigas Cleónice y Mirrina. El comisario ordena detenerlas, pero los arqueros, uno tras otro, se apartan asustados. El comisario ordena al batallón de escitas que ataque. Lisístrata ruega a sus cuatro batallones de mujeres que salgan y ponen en fuga a los escitas.
El comisario pregunta a Lisístrata el motivo del encierro de las mujeres en la Acrópolis. Esta le responde que para poner a buen recaudo el dinero que se guarda en el templo de Atenea. Él dice que es fundamental el dinero para mantener la guerra. Lisístrata contesta que la guerra no es necesaria. Ante la insistencia del comisario de que al menos deberán defenderse de los ataques enemigos, Lisístrata le contesta que con la ayuda de Eros y Afrodita acabarán todos los griegos llamando a las mujeres Acabaguerras y que pasará a ser asunto de las mujeres la defensa de la ciudad.
Los viejos no ven bien que las mujeres se pongan a reprender a los ciudadanos y pretendan reconciliarlos con los espartanos. Todo les huele a que traman implantar una tiranía. El coro de viejas deja sus cantaros en el suelo y se pone a tratar sobre las cosas útiles para la ciudad. Temor de los viejos: si dan a las mujeres la menor oportunidad se pondrán a construir naves, entablar batallas navales, practicar la equitación... Lo más oportuno será meterlas a todas ellas el cepo en el cuello. La jefa del coro de viejas se irrita y les dice que ni aunque dicten siete decretos podrán con ellas.
Lisístrata aparece indignada por la actitud de algunas mujeres. Una está preocupada porque tiene unas lanas de Mileto que la están haciendo polvo las polillas, otra por el lino que ha dejado en casa sin pelar, otra, que ayer no estaba embarazada, no quiere dar a luz en un lugar sagrado y prohibido, otra prefiere ir a dormir a casa ya que las lechuzas con su ulular la mantienen siempre desvelada.
Intervención de los dos coros que se lanzan mutuas amenazas.
Lisístrata advierte a las demás mujeres que un hombre asciende hacia la Acrópolis totalmente trastornado. Es Cinesias, el marido de Mirrina. Lisístrata la instruye para que le engatuse con el quiero y no quiero, y decirle que sí a todo menos a lo que juró no hacer antes de que concluya la guerra. Éste viene con el hijo pequeño que tienen. Ella dice que, si no hace las paces, no volverá con él. Mirrina echa de menos una cama y una esterilla. Luego una almohada y una manta. Y también un perfume. Se burla de Cinesias y éste se va más trastornado aún.
Llega un heraldo espartano y un pritán ateniense. Éste le reprocha su desvergüenza, presentarse con el miembro erecto. Le pregunta por la situación en Esparta y le contesta que todos los hombres la tienen tiesa. Se convencen de que es una conspiración de todas las mujeres. El pritán ruega al heraldo espartano que vaya a informar de que vengan urgentemente embajadores plenipotenciarios de Esparta para tratar de la paz.
El coro de viejos y el de viejas hacen las paces. Una vieja le coloca bien el tirante a un viejo. Luego le saca un mosquito de un ojo. Finalmente le da un beso.
Llagan los embajadores espartanos dispuestos a hacer la paz a cualquier precio. Con el mismo propósito llega el pritan de Atenas. Se presenta Lisístrata. Detrás de ella aparece Reconciliación, personificada en una muchacha desnuda. Reprende a ambos y les pide que cada uno ceda en algunos asuntillos. Primero hace un reproche a los espartanos y luego otro a los atenienses. Se reconcilian y, tras purificarse, se permite a los hombres entrar en la Acrópolis para celebrar un banquete de reconciliación con las mujeres. Se celebra con un banquete y cánticos la reconciliación.
El pritán sale de la Acrópolis pidiendo al coro de viejos y viejas que se aparten, que no estorben a los espartanos que se disponen a salir. Un ateniense que ha participado en el banquete comenta con un espartano que las negociaciones de paz empezaron a ir bien en cuanto le dieron un poco al vinillo. El pritán dice que lo mejor será ir de embajada a Esparta siempre borrachos, pues, cuando van sobrios, en seguida comienzan las disputas. Al fin salen todos: atenienses, espartanos, Lisístrata y las mujeres. /// Un espartano ruega a un flautista que le acompañe. Canta una canción y los demás espartanos le acompañan bailando.