Dioniso anuncia su propósito de castigar ejemplarmente a Penteo y a su familia, por despreciar su divinidad. Ya ha sacado de sus hogares a las mujeres de Tebas y las ha llevado en delirio báquico al monte Citerón. Luego el dios invita al coro de bacantes, que le siguen en su peregrinar desde tierras de Asia, a entrar en escena.
El Coro exalta el poder del dios, invita a las tebanas a participar en los ritos y gozos dionisíacos, celebra la felicidad que depara Dioniso, evoca su doble nacimiento y describe los ritos más representativos del culto tributado a este dios.
El adivino Tiresias y Cadmo, el fundador de Tebas, dos venerables ancianos, que aún se sienten jóvenes, se disponen a subir al monte Citerón, con atuendo de bacantes y coronados de hiedra, para ensalzar a Dioniso y tomar parte en las danzas en honor del dios. De pronto aparece Penteo, furioso ante las noticias del nuevo culto que le desagradan; se asombra al ver la disposición de los dos ancianos e increpa a Tiresias. Este le responde con moderados consejos.
El Coro invoca la piedad, censura la hybris de Penteo, exalta de nuevo el gozo que procura Dioniso y rechaza la manía de cuantos no admiten esa fácil felicidad.
Un servidor anuncia que ha apresedo al "Extranjero". A las frases bruscas de Penteo responde Dioniso con calma e ironía.
Las bacantes suplican a Dioniso que las conforte en su aflicción y las libre de las amenazas de Penteo.
Del palacio sale un fuerte grito. Es el dios, que llama a las bacantes y anuncia su presencia. Tiembla la tierra y se oye en el interior del palacio estrépito de ruina. Las bacantes caen temblando al suelo. Aparece Dioniso y las consuela diciendo que ha engañado a Penteo. Penteo, enloquecido, ha creído que sujetaba con grilletes a su prisionero, cuando en realidad ha encadenado un toro. Durante el terremoto y el incendio del palacio, el "Extranjero" ha desaparecido. Llega luego un mensajero y dice a Penteo que él y otros pastores quisieron atrapar a las ménades para complacerle, pero que las bacantes estuvieron a punto de descuartizarlos a todos, como hicieron con sus terneras. Aconseja, pues, a Penteo que se rinda al dios que puede obrar tales prodigios. Penteo ordena a sus soldados que se preparen para refrenar tales desmanes.
El Coro muestra su alegría por la liberación del dios y su confianza en la actuación de éste. Luego, exalta la vida serena y ecuánime.
Llega finalmente Dioniso y da unos consejos a Penteo, quien cae en la trampa y se disfraza de mujer, para evitar que las ménades lo maten, si lo descubren como hombre.
El Coro, excitado, invoca la llegada de una terrible justicia contra Penteo, por su conducta sacrílega.
Un mensajero informa al Coro sobre la muerte de Penteo y luego relata el trágico descuartizamiento del joven cazado por las ménades.
El coro celebra la victoria de Dioniso. Ágave lleva clavada en su tirso la cabeza de su hijo Penteo.
Ágave, creyendo que ha cazado un cachorro de león, llama a su padre, el anciano Cadmo, para enseñarle, orgullosa, la pieza conseguida. El Coro se horroriza. Cadmo viene de recoger los dispersos restos de Penteo y, abrumado por el dolor, no ve, al principio, a Ágave. Llora su soledad, al verse sin la protección de su nieto Penteo. Después, poco a poco, logra que su hija Ágave recobre la razón y llore su horrenda desgracia.